En la naturaleza, los sistemas operan de manera orgánica. Esta organicidad depende de varios factores, uno de ellos es la pertenecía. Cada elemento, cada parte del sistema tiene un lugar y una naturaleza propios. Si observamos silenciosamente podemos ver como en el planeta el agua es agua; vive en los ríos, en la tierra, en las nubes, nutre los suelos, sacia la sed de los animales y tantas otras cosas. La tierra por su lado es tierra, sostiene las raíces de los árboles, tiene los minerales que necesitan las plantas para vivir y tantas otras cosas. Así el aire, el sol, la luna, el día, la noche, todos tienen un ser y un hacer propios.
Imaginemos cómo podría organizarse la naturaleza sin sol, sin agua, sin tierra. O si un día de estos amaneciera el agua queriendo ser y hacer el trabajo de la tierra, qué harían las raíces de los árboles agarradas a la tierra, los cultivos y nuestros hogares; si los árboles quisieran hacer el trabajo del agua y decidieran abandonar el suelo y entregarse al suelo imaginando que son caudalosos. Más que un caos, el escenario es opuesto a la vida.
Así sucede con nosotras las personas, con los sistemas que conformamos. El primero, nuestra familia. En la familia todos tenemos un lugar y saber que tenemos un lugar es una de las principales necesidades de nuestra naturaleza gregaria. Cuando un miembro de la familia es excluido no solamente lo reciente esa persona, lo reciente el sistema completo. Así, siguiendo nuestra observación de la naturaleza y nuestra realidad actual vemos como todo el planeta sufre la falta de agua o el exceso de calor. Así, cuando un miembro del sistema familiar es excluido aparecen una serie de síntomas que pueden manifestarse en uno o más miembros del mismo sistema y en diferentes generaciones hasta que finalmente el excluido logra ser mirado desde la conciencia sistémica y puede ser reconocido en su lugar.
No excluimos a los miembros de un sistema de manera intencionada o siempre consiente. A menudo sucede como consecuencia del dolor. Por ejemplo, cuando un padre de familia es alcohólico, cuando se da la interrupción de un embarazo, o cualquier situación de la que no se quiere hablar, que nos produce vergüenza o dolor y queremos en cambio, olvidar. También ocurre que excluimos a causa de nuestros esquemas morales que nos impiden integrar, por ejemplo, a un hijo nacido fuera de matrimonio; también lo hacemos por ignorancia, por ejemplo, cuando decido ignorar mi historial amoroso o el de mi pareja, olvidando a las parejas anteriores, que, si bien no están en el presente, configuran nuestra historia y quienes somos. Al querer ser los primeros, en una relación, en un trabajo, en cualquier espacio, ignoramos a quien nos antecede y gracias a que esas personas no están, yo puedo tener un lugar.
Cuando logro ver estas situaciones, dar un lugar a quien ha estado excluido, el sistema completo puede experimentar un mayor bienestar y los síntomas pierden fuerza. Síntomas como la sensación de inadecuación, escases, problemas económicos, ciclos de relaciones toxicas, e incluso síntomas físicos, entre una variedad incontable de experiencias dolorosas.
Los sistemas tienden a la totalidad, su bienestar y el de cada miembro depende del reconocimiento y el respeto que tengamos frente a este todo del que somos parte y que hace parte de nosotros también.